Época: Alfonso XIII
Inicio: Año 1924
Fin: Año 1931

Antecedente:
La dictadura de Primo de Rivera

(C) Genoveva García Queipo de Llano



Comentario

La postura de Primo de Rivera respecto al tema de los nacionalismos es difícil de comprender si no es dentro de su programa regeneracionista. Existía un punto de contacto importante entre los movimientos de tipo nacionalista y la Dictadura que derivaba de un común regeneracionismo: si iba a actuar un "cirujano de hierro" era lógico pensar que lo hiciera en beneficio de los intereses regionales. Además, el origen de la Dictadura estuvo estrechamente vinculado a Barcelona, en el sentido de que no fue casual que fuera en esta capital donde el pronunciamiento tuviera su origen, ya que en ella la situación de desorden público y el desarraigo de los partidos del turno se daban con mayor gravedad que en cualquier otra ciudad española.
Hubo un crecido número de miembros de la Lliga que en un principio mostraron su satisfacción por la subida al poder del general, pero esta coincidencia desapareció muy pronto. Puig i Cadafalch, Presidente de la Mancomunidad de Cataluña, se mostró de acuerdo con el golpe de Estado en un primer momento, quizá porque pensaba que, en la práctica, ya estaba liquidado el régimen de liberalismo oligárquico de la Restauración. Más prudente fue Cambó, a quien su instinto político no le engañó cuando recomendó a sus compañeros de partido guardar reserva y atención. En los primeros meses de la Dictadura, incluso, se llegó a hablar de la posibilidad de que España se vertebrara atendiendo a una configuración regionalista del Estado y desaparecieran las provincias. Esto no se hizo y, por el contrario, en una fecha tan temprana como el 18 de septiembre se prohibió la utilización del catalán en los actos oficiales, a la vez que se sancionaron algunas publicaciones que estaban vinculadas al catalanismo más radical.

Pero muy pronto Primo de Rivera olvidó estos propósitos regionalistas, y se puede decir que los años de su gobierno constituyen una marcha progresiva hacia el centralismo. En enero de 1924 el Dictador se reunió en Barcelona con los dirigentes catalanes a fin de conseguir la colaboración con el régimen de sectores tan divergentes en política como el albismo, la Federación Monárquica Autonomista y la Lliga. Primo de Rivera tan sólo logró el apoyo del sector más españolista: la Unión Monárquica Nacional, mientras que la mayoría respondió negativamente. En un principio pareció que el Dictador iba a permitir la existencia de la Mancomunidad de Cataluña, pero su Presidente, Alfonso Sala, se enfrentó a las autoridades militares del régimen en Cataluña, los generales Barrera y Milans del Bosch. Muy dura fue la correspondencia cruzada entre Primo de Rivera y Sala. La ruptura definitiva se produjo en el momento en que se hizo público el Estatuto Provincial. En efecto, un mes después de que éste fuera publicado, en marzo de 1925, dimitió Sala. Sin duda, el Estatuto Provincial era muy restrictivo en cuanto a la constitución de regiones, como reconoció el mismo Calvo Sotelo, su redactor.

En los años siguientes, cuando ya no existían instituciones que pudieran ser consideradas como autonómicas en Cataluña, las declaraciones del Dictador fueron creciendo en virulencia, no ya sólo contra dichas instituciones sino también respecto a la región en sí misma y de su idioma: para él, el catalanismo venía a ser un producto artificial que acabaría desapareciendo después de unos años de silencio. Incluso llegó a decir de sí mismo, que si algo le caracterizaba era, precisamente, su actitud netamente contraria a cualquier tipo de autonomía regional.

Como consecuencia de ello, a partir del año 1925 la vida catalana se separó del régimen dictatorial y sus únicos puntos de contacto fueron los conflictos. Algunas oficinas de la Lliga fueron cerradas y su periódico, La Veu de Catalunya, fue suspendido temporalmente. Pero si ese fue el efecto sobre el sector catalanista moderado, todavía resultó peor sobre los más jóvenes representantes del catalanismo radical, los miembros de Acció Catalana, que presentaron el pleito catalán ante la Sociedad de Naciones. Primo de Rivera ofendió no sólo a grupos políticos sino a la totalidad de la sociedad catalana. La Dictadura trató de suprimir el catalán en la predicación religiosa y con ello se enfrentó al catolicismo de la región, persiguió a instituciones sindicales y profesionales por el mero hecho de utilizar el catalán o, incluso, trató de desmantelar algunas de las instituciones culturales existentes como, por ejemplo, los Juegos Florales, que hubieron de celebrarse en el exterior.

Pero fue, sin duda, en el terreno político donde se produjeron las consecuencias más graves de la actuación de la Dictadura en Cataluña. En los años treinta el catalanismo burgués, que había representado Cambó, fue sustituido por el que representaba Maciá, mucho más radicalizado, que se convirtió en un símbolo de la resistencia nacional gracias a la actuación política de la Dictadura. Su actuación en los años veinte tuvo un sentido muy radical que le hacía inviable políticamente: colaboró con anarquistas y comunistas. Este radicalismo en su actuación le dio una relevancia política y apoyo muy superior a la de su partido, Estat Catalá, y que él supo aprovechar en los años treinta. Maciá se convirtió entonces en el símbolo de Cataluña.

También en las otras regiones en las que existían movimientos regionalistas y nacionalistas el impacto de la Dictadura de Primo de Rivera tuvo aproximadamente el mismo resultado. En el País Vasco, igual que en Cataluña, hubo una clara diferenciación entre el nacionalismo más radical, perseguido desde los primeros momentos, y otros sectores más moderados que colaboraron inicialmente con él; en este caso el nacionalismo se refugió también en manifestaciones exclusivamente culturales. En Galicia, el antiguo ministro liberal de la Monarquía, Portela Valladares, fue perseguido y se le identificó con una postura nacionalista. Por tanto, puede decirse que la Dictadura dio la sensación de hacer desaparecer los problemas nacionalistas pero, en realidad, enfrentó a las instituciones monárquicas con el nacionalismo de una forma que resultaría irreversible y cuyos frutos se recogerían en el año 1930.